Una visión clara sobre la propiedad intelectual de la semilla

Por Héctor Huergo (*) Publicado en Clarín

Hola, ¿cómo estás?

Yo, preocupado, porque veo que hay algunos temas que, por su recurrencia, generan una amarga imagen de inmovilismo. Y esto no es gratis, porque el que se queda quieto pierde. Los contrarios también juegan.

Sí, me refiero a la cuestión de la propiedad intelectual en semillas. Una cuestión que viene de hace años, y que por acción u omisión no ha logrado avanzar un solo paso.

La adhesión del gobierno argentino al convenio internacional UPOV (que está en el DNU que avanza en el Congreso) intenta romper el statu quo, con la intención de recuperar el terreno perdido en materia de competitividad. Son muy pocos los que trabajan en genética en autógamas, y todos lo hacen a sabiendas de que ni bien lanzan un cultivar al mercado, lo pierden.

Tres de las cuatro gremiales (CRA, SRA y FAA) sacaron un comunicado cuestionando la adhesión a UPOV, en nombre del derecho al “uso propio”. Coninagro no firmó. En el mismo comunicado se plantea una lógica exigencia de poner punto final a los derechos de exportación. Al quedar todo en la misma bolsa, se deja sobrevolando la idea de que una regalía en semillas es un “impuesto” más a la producción.

En el reciente congreso de IDEA en Rosario, hubo un contrapunto entre el representante del principal criadero de semillas del país (Ignacio Bartolomé, Grupo Don Mario) y el titular de la Sociedad Rural Argentina, Nicolás Pino. Un excelente y apreciado dirigente. Cuando Bartolomé planteó la cuestión de la propiedad intelectual como clave, Pino le respondió que estaba de acuerdo, pero que los productores ya pagan demasiados impuestos. Este es el trasfondo del problema: confundir el pago de una regalía con un impuesto.

Esto no es algo que se paga con la entrada del cine para financiar un organismo público. Es la pretensión legítima de que el propietario cobre lo que piensa que vale el producto que coloca en el mercado.

Jorge Castro ha dicho muchas veces que el problema del capitalismo no es el capital, sino la propiedad. Sin propiedad no hay capital. Y sin capital no hay nada.

Hace unos años, escuché a un presidente de CREA que estaba de acuerdo con las regalías, “siempre que sean razonables”. Es otra confusión. En el sistema capitalista, el precio lo define finalmente el mercado. Pero previamente lo pone el dueño del producto. Que se supone es un tipo razonable, porque de lo contrario quedaría fuera de juego. El mercado dirá si compra o no. El sistema jurídico debe proteger este principio de libertad vinculado a la propiedad. En este caso la propiedad intelectual.

Libertad comercial significa precisamente esto: no limitar, con amparo del Estado, los derechos del propietario. Estimular la actividad en este rubro clave fomentará la irrupción de más actores, y los usuarios finales, los productores, se beneficiarán doblemente. Tendrán más y mejores semillas, y la competencia hará bajar los precios.

En el mismo comunicado se fogonea la idea de que alcanza con lo que se paga cuando se compra la semilla y punto. Esta postura no solo es equivocada, ya que las evidencias de la pérdida de interés en la mejora genética de autógamas son contundentes. Sobre todo en la era de la biotecnología, donde los desarrollos son costosísimos y no se pueden recuperar si no hay garantía de un flujo futuro. Sucede en todos los ámbitos de la industria del conocimiento.

Nadie tiene la obligación de utilizar una genética determinada, si no quiere pagarla. Lo que no se puede es defender el derecho al jubileo. Hay muchas historias. No solo el abuso del uso propio. En twitter un productor, hace unos años, se exhibió embolsando su propio trigo en bolsas con inscripción de una compañía, diciendo “clasificando semilla”. Consulté a la compañía si era un productor autorizado. No lo conocían. No sé lo que sucedió, pero noté la desazón porque les resultaba imposible controlar el mercado de bolsa blanca.

Me hizo acordar a un adolescente que, en tiempos de Blockbuster, alquilaba una película, hacía copias en VHS y al día siguiente las vendía a sus compañeros de colegio caro. Y devolvía la película a Blockbuster. “Yo no robo”.

En 1974, existía la Junta Nacional de Granos. Dekalb acababa de lanzar al mercado dos excelentes variedades de trigo: el Tala y el Lapacho. La JNG autorizó la venta de trigo en los acopios como semilla. Ramón Agrasar, titular de Dekalb, un hombre excepcional, se sintió expropiado. Abandonó el programa trigo, y trasladó a sus grandes fitotecnistas al programa de híbridos de maíz y sorgo, donde la propiedad intelectual se garantiza sola. Perdimos un competidor de lujo en el ámbito privado. Escupimos para arriba.

No insistamos con lo mismo.

(*) Héctor A. Huergo. Editor jefe de la sección Rural del diario Clarín

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