¿Pueden los “cultivos huérfanos” autóctonos de África desempeñar un papel significativo en la mejora de la seguridad alimentaria del continente?, se pregunta un articulo firmado por Henry Miller, para el sitio GPL.
En 2021, la pequeña aldea de Kanaani, en el este de Kenia, se enfrentó a una sequía devastadora. Durante meses, la lluvia fue escasa, dejando los campos resecos y al ganado muriendo de hambre. A finales de 2022, muchas familias se encontraban en una crisis de hambruna total, incapaces de afrontar el aumento de los precios de los alimentos. Sin embargo, Danson Mutua, un agricultor local, capeó la crisis mejor que la mayoría.
¿Su secreto? Había reemplazado gradualmente el maíz (conocido en gran parte del mundo como “maíz”), el cultivo básico de Kenia, por alternativas resistentes a la sequía como el sorgo y legumbres ricas en proteínas como el gandul y el frijol mungo (también conocido como “gramo verde”). Estos cultivos requerían menos insumos y ofrecían mejores rendimientos en condiciones áridas.

La historia de Mutua refleja los desafíos más amplios que enfrenta el África subsahariana, donde el hambre ha aumentado considerablemente en los últimos años. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), más de 700 millones de personas en todo el mundo sufrían desnutrición en 2023 (1), con la mayor prevalencia en el África subsahariana. Los conflictos, las crisis económicas y el cambio climático han contribuido a esta crisis, pero un factor crítico, a menudo pasado por alto, es la dependencia de cultivos como el maíz, que no se adaptan bien a las condiciones climáticas y edáficas de la región.
El dilema del maíz
El maíz, introducido en África después del año 1500, se convirtió rápidamente en un alimento básico. Su popularidad se disparó durante la época colonial, a medida que los colonos europeos promovían variedades de alto rendimiento. A finales del siglo XX, el maíz representaba más de la mitad del consumo calórico total en países como Malawi y Zambia. Hoy en día, es un alimento básico en la dieta, consumido en forma de harina, gachas o en platos fermentados.
Sin embargo, el maíz presenta limitaciones significativas. Requiere suelos ricos en nutrientes y abundante agua en etapas específicas de su crecimiento. Muchos suelos africanos carecen de nutrientes esenciales, y los fertilizantes utilizados para aumentar el rendimiento suelen agotar aún más la tierra. Además, el maíz es muy vulnerable a los fenómenos climáticos extremos. En Kenia, una reciente sequía de dos años relacionada con el calentamiento global provocó una caída del 22 % en la producción de maíz (2) y desplazó a un millón de personas en África oriental. Los modelos climáticos predicen que el rendimiento del maíz en las regiones tropicales disminuirá un 5 % por cada grado Celsius de calentamiento, con África oriental particularmente en riesgo.
Redescubriendo los cultivos indígenas
A diferencia del maíz, muchos de los cultivos tradicionales de África se adaptan mejor a los diversos climas del continente. El sorgo, el mijo, el guandú y las leguminosas nativas son tolerantes a la sequía y ricos en nutrientes, lo que los hace ideales para las regiones áridas. Sin embargo, estos cultivos han sido históricamente desatendidos por la investigación agronómica, lo que les ha valido el apodo de “cultivos huérfanos”. Sus rendimientos suelen ser inferiores a su potencial debido a su vulnerabilidad a plagas y enfermedades.

Sin embargo, los esfuerzos para mejorar estos cultivos están cobrando impulso. En 2023, el Departamento de Estado de EE. UU. se asoció con la Unión Africana, la FAO e instituciones agrícolas internacionales para lanzar la Visión para Cultivos y Suelos Adaptados (3) (VACS). Esta iniciativa busca acelerar la investigación y el desarrollo de cultivos tradicionales y restaurar los suelos deteriorados de África. Con promesas de financiación que suman 200 millones de dólares, VACS representa un cambio significativo en la política agrícola, que se aleja de la promoción de sistemas de monocultivo dominados por el maíz y se acerca a la diversidad de cultivos.
“Una de las cosas que nuestra comunidad siempre ha reclamado es cómo dar mayor visibilidad a estos cultivos e incluirlos en la agenda global”, afirma Tafadzwa Mabhaudhi (4), profesor de cambio climático, sistemas alimentarios y salud en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres.
Ciencia e innovación al rescate
Los avances científicos son clave para liberar el potencial de los cultivos autóctonos. El Consorcio Africano de Cultivos Huérfanos (5) (AOCC), una colaboración entre el CGIAR (6) (una alianza global entre organizaciones que investigan la seguridad alimentaria) y la Universidad de California, Davis, ha secuenciado los genomas de cultivos poco estudiados y capacitado a científicos africanos en fitomejoramiento. Estos esfuerzos permiten a los investigadores desarrollar variedades resistentes a la sequía y a las plagas con mayor rapidez. Herramientas modernas como la edición genética CRISPR ofrecen un potencial adicional, ya que permiten a los científicos mejorar la resistencia a las enfermedades imitando rasgos presentes en plantas silvestres.
Por ejemplo, el egusi (7), (las semillas ricas en proteínas de ciertas plantas cucurbitáceas (8) como la calabaza, el melón y la calabaza), popular en África Occidental, tiene el potencial de combatir la desnutrición y prosperar en regiones áridas. El desarrollo de variedades con ciclos de crecimiento más cortos podría hacer que este cultivo sea más viable en zonas áridas. De igual manera, el guandú y el mijo podrían desempeñar un papel importante para abordar las deficiencias dietéticas y reducir la dependencia del maíz.
Superar las barreras culturales y de mercado
A pesar de sus ventajas, la reintroducción de cultivos autóctonos en la dieta africana plantea desafíos. El significado cultural del maíz se ha arraigado profundamente, y muchos agricultores se muestran reacios a cambiar a alternativas. Como observa Florence Wambugu (9), directora ejecutiva de Africa Harvest: «La gente siembra maíz, no cosecha nada y, aun así, siembra maíz la temporada siguiente».

La urbanización también dificulta los esfuerzos por recuperar los alimentos tradicionales. Se proyecta que la población del África subsahariana se duplicará para 2050, y muchos jóvenes se inclinarán por dietas occidentalizadas. Para tener éxito, quienes promueven los cultivos autóctonos deben encontrar maneras de comercializarlos entre las poblaciones urbanas e integrarlos en las cadenas de suministro modernas.
Un camino hacia adelante
El impulso para revitalizar los cultivos huérfanos de África va más allá de la seguridad alimentaria; se trata de resiliencia y sostenibilidad. Al reducir la dependencia del maíz y otros alimentos básicos vulnerables al clima, África estará mejor preparada para resistir los impactos del cambio climático. La diversificación de cultivos también tiene el potencial de mejorar la nutrición, combatir la desnutrición y empoderar a los pequeños agricultores al abrir nuevos mercados.
Programas como VACS y AOCC son pasos en la dirección correcta, pero el éxito requerirá la colaboración entre gobiernos, investigadores y agricultores. Los responsables políticos deben invertir en infraestructura y educación para que los cultivos tradicionales sean opciones viables tanto para las comunidades rurales como urbanas. Los científicos deben seguir innovando, y los agricultores necesitarán apoyo para la transición a prácticas más sostenibles.
Ante un futuro incierto para el mundo, el pasado de África podría ser la clave para un sistema alimentario más seguro y sostenible. Al aprovechar su herencia agrícola, el continente puede trazar un camino hacia una mayor resiliencia en materia de seguridad económica y alimentaria.