En tiempos donde el clima y los mercados plantean serios desafíos, algunos productores agropecuarios no se rinden. Todo lo contrario: se reinventan, exploran nuevas opciones y demuestran que el aparato productivo argentino sigue de pie, con creatividad y resiliencia. Ese es el caso del ingeniero agrónomo Miguel Kolar, asesor privado, quien desde el noroeste formoseño y desde Alhuampa, Santiago del Estero, comparte experiencias valiosas sobre cultivos alternativos como el sésamo y el poroto mung.

En diálogo con Agroperfiles, Kolar explicó cómo, ante las limitaciones de agua y los fracasos de los cultivos tradicionales, decidieron virar hacia nuevas alternativas productivas:
“Estamos en el noroeste de Formosa, sobre la Ruta 81, una zona históricamente con 750 mm de lluvias anuales, pero tuvimos años con apenas 322 mm y el último con 457 mm. Así, era inviable seguir con soja, maíz o algodón”, señaló.
La clave fue buscar cultivos que necesiten menos agua. El poroto mung, por ejemplo, puede producir con apenas 200 a 250 mm, mientras que el sésamo con 150 mm ya da resultados. En cambio, la soja y el maíz requieren más del doble de agua, y el algodón incluso más: 700 mm.
Inspirados por lo que hacen productores en Salta con otras legumbres, apostaron por estas especialidades que, aunque más artesanales y menos masivas, ofrecen una rentabilidad atractiva.
“Hoy el poroto mung nos lo pagan a 500 dólares la tonelada, retirado del campo, lo que además implica un ahorro en flete. Es menos que otros porotos, pero más que la soja, y tiene salida comercial asegurada”, afirmó el ingeniero.
Sésamo: una experiencia con altibajos, pero con potencial.
Si bien la experiencia con el sésamo tuvo complicaciones, también dejó aprendizajes. Kolar explicó a Agroperfiles que el cultivo no permite el uso de herbicidas, ya que está orientado a consumo humano, y que requiere un proceso de corte y secado natural antes de la cosecha para no perder calidad.

“Cosecharlo en verde o secarlo con químicos lo destina solo a aceite, y se pierde valor. El que va a consumo humano, necesita ser cortado a mano o mecánicamente y secado al sol”, detalló.
Lamentablemente, durante este proceso sufrieron fuertes lluvias en el oeste de Formosa (270 mm justo después del corte), lo que pudrió parte de la producción.
Pero en el otro campo que manejan, en Santiago del Estero, con solo 132 mm entre diciembre y abril, lograron rendimientos de 764 kg por hectárea.
“Cuando nadie a la vuelta cosechó nada, nosotros sí. Sembramos cuando el precio era de 900 dólares la tonelada, bajó a 580, pero aún así ganamos plata”, contó.
La elección del cultivo
La experiencia que relata el ingeniero Miguel Kolar no solo evidencia un cambio en la elección de cultivos, sino también un cambio profundo en la estrategia de producción. En una zona donde antes se podía sembrar algodón sin mayores sobresaltos, hoy la incertidumbre climática obliga a pensar diferente.
“Pasaron cosas que nunca habían pasado. Lalo Iván, un productor con más de 50 años de trayectoria, decía que nunca antes se le había llovido un lote de algodón sin cosechar. Este fue el primer año. Algo cambió”, reflexionó Kolar.
Lejos de entrar en el debate sobre si se trata de cambio climático permanente o una coyuntura pasajera, el ingeniero plantea algo más práctico: la necesidad urgente de diversificar y adaptarse.
“Mientras tanto, tenemos que tener alternativas. No podemos seguir pensando solo en soja, maíz y algodón cuando no están produciendo”, afirmó.
Agua: el punto clave
Uno de los puntos clave para esta adaptación es la gestión del agua, entendida como recurso fundamental para decidir qué cultivar. Kolar explica que la producción depende de la suma del agua almacenada en el suelo más la que lloverá durante el ciclo. Por eso, el manejo de barbechos, el control de malezas y las herramientas de labranza conservacionista son fundamentales.
“Si tengo 250 mm de agua útil en el suelo, puedo sembrar soja, que necesita 500 mm. Pero si tengo solo 100 mm, estoy asumiendo un riesgo altísimo porque me faltan 400 mm, que no siempre llueven. En cambio, el poroto mung necesita 200 mm: si tengo 100, solo me faltan 100. El mismo lote, el mismo escenario, pero distinto nivel de riesgo”, explicó.
Esta lógica de riesgo proporcional es clave para entender la ventaja de los cultivos alternativos:“Lo que para la soja es un año de alto riesgo, para el sésamo o el poroto puede ser de bajo riesgo. Y eso también es gestionar el riesgo”, remarcó.
Según Kolar, el gran desafío ahora es que el productor se anime a probar lo que no conoce, a manejar lo nuevo, a capacitarse. Porque el contexto exige salir del molde tradicional.
“Queremos seguir sembrando lo que siempre sembramos, pero el clima cambió. Y si no gestionamos ese cambio, estamos a la buena de Dios. Estos cultivos alternativos no son la salvación mágica, pero son una herramienta concreta para amortiguar los golpes climáticos. Tenemos que aprender a manejarlos, porque son una buena noticia”.
Sin soja
Lo que hoy vive la provincia de Salta no es un caso aislado: “Hace veinte años la zona era un mar de soja; hoy quedan, con viento a favor, 150 mil hectáreas. En cambio, hay unas 400 a 500 mil hectáreas de porotos de todos los colores. El que no se reconvirtió desapareció”, advierte.
La historia se repite. Tras la debacle algodonera del ’98-’99, muchos productores chaqueños compraron cosechadoras financiadas y se fueron a cosechar soja en Salta para pagar las cuotas. Hoy la peregrinación sigue, pero con otro destino productivo: cortar porotos para su secado natural y venta a consumo humano. “Fijate cómo cambió: seguimos yendo a Salta, pero ahora para otra cosa. Ese giro productivo les salvó el pellejo y es una señal de lo que se viene acá”, remarca el ingeniero.
Más que milímetros: la lluvia en el momento justo.
La conclusión es clara: no alcanza con sumar agua en la planilla anual. Sáenz Peña cerrará la campaña con 1.300 mm, pero los lotes se perdieron igual porque no llovió cuando debía, entre enero y marzo. Mientras el régimen hídrico no recupere su patrón histórico de “los 1.000 mm bien repartidos”, insistir únicamente con soja, maíz o algodón es apostar a perder.
Por eso, Kolar insiste: “Lo bueno es que hay alternativas. Si tuvieses solo los cultivos tradicionales, estaríamos listos. Pero existen el sésamo, el poroto mung y otros que piden mucha menos agua. El desafío es sumarse, capacitarse y aprender a manejarlos. No podemos encapricharnos con lo de siempre cuando ya vimos que no funciona”.
Suelos agotados, no hay chances de mayores rindes
En este escenario desafiante, el productor familiar es quien la tiene más difícil. Kolar lo dice con la autoridad de quien creció en el campo: “Yo nací en la colonia de La Matanza. El campo de mi familia tiene más de 100 años, desde 1924. Y ese tipo de campo ya no da más, no puede competir con campos que tienen 10 o 15 años de agricultura, con buena estructura, con barbechos largos y rotación”.
Los suelos heredados del monocultivo de algodón y las malas prácticas del pasado, como el uso del arado de reja, inadecuado para el norte argentino, han dejado consecuencias serias: compactación, baja materia orgánica y poca capacidad de retención de agua.
“En mi campo y en los de mis vecinos medimos la capacidad: como mucho almacenamos 120 mm de agua. ¿Cómo vamos a competir con zonas como Pampa del Infierno o Frentones, donde almacenan 270 mm o más?”, se pregunta Collar. “Ellos pueden sembrar soja y sacar 3.500 kg. Yo saco 2.000 y solo si el clima se porta perfecto”.
En estos suelos, la ventana productiva es muy estrecha: si llueve de más, se inunda; si llueve de menos, se seca.
Por eso, el ingeniero insiste en aplicar sentido común: “Si no alcanza el agua, produzcamos cosas que necesiten menos agua. Es simple. Cultivos de bajo costo, menos exigentes y con mercados viables. Así, incluso en campos degradados, se puede volver a producir con rentabilidad”.
Kolar plantea que la clave para sostener la producción en zonas marginales está en diversificar, aprender y adoptar estrategias adaptativas. “El cambio ya ocurrió. No podemos seguir sembrando lo mismo esperando resultados distintos. Si queremos seguir siendo productores, necesitamos gestionar el riesgo y abrir la cabeza a nuevas alternativas”.
El impacto del clima
Acerca del impacto del clima en la humedad relativa y las heladas recientes, y el ingeniero Kolar aprovechó para explicar en detalle lo que está ocurriendo en muchas zonas del Chaco y Formosa: “Es la primera vez que veo una helada con tanta escarcha que no secó completamente el algodón. Quemó la parte superior, pero los capullos de abajo quedaron verdes. Eso es gracias a la humedad relativa. El aire húmedo consume más energía para enfriarse, y eso amortiguó el impacto”.
Kolar explicó que la pérdida de espejos de agua en Chaco también está afectando el microclima y la distribución de humedad. Y agregó una observación climática crucial: “Tuvimos una cúpula de calor. Es decir, el calor no podía disiparse porque quedó atrapado por una masa de aire frío en altura, lo que provocó un sobrecalentamiento en superficie y evitó que ingresen las lluvias. En Formosa llovió seis veces seguidas, acá en Chaco, nada”.
Finalmente, Miguel Kolar deja n un mensaje optimista: “La buena noticia es que hay otras cosas que pueden funcionar donde lo tradicional ya no rinde. Lo malo es que tenemos que adaptarnos, pero el productor chaqueño ya ha perdido antes y seguimos. Hay humedad, vamos para adelante con cultivos de invierno, y en verano, si no va soja o maíz, pensemos en poroto, en sésamo, en lo que el suelo y el clima nos permitan”.
