Cómo maximizar el uso del agua para una producción agrícola sostenible
En el mundo que se viene hacer un uso eficiente del agua será fundamental no solo para la agricultura, sino también para la continuidad de la vida de todos los seres que habitan el planeta.
Por esto, en distintas regiones de la Argentina, especialistas del INTA se enfocan en el desarrollo y en la evaluación de diferentes estrategias de riego que permitan ahorrar la mayor cantidad posible de agua para minimizar el impacto sobre la productividad de los olivos y los nogales en Mendoza y San Juan y los perales en los valles irrigados de la Norpatagonia.
Se trata de investigaciones orientadas no solo a hacer un uso más eficiente del recurso, sino también a mejorar el entendimiento sobre las necesidades hídricas de los cultivos en los ambientes particulares de la Argentina.
El cambio en el clima transformó el régimen de precipitaciones y de temperaturas a escala global y la Argentina no es ajena a esta situación. En este punto, el problema es que, en el campo, la actividad vinculada con la producción de alimentos tiene una fuerte dependencia del clima, más específicamente del agua –que muchas veces proviene de las lluvias de la nieve o de los deshielos– y de las temperaturas, entre otras variables. Debido a que los cambios que se sucedan en el clima afectan de diversas formas y con diferentes magnitudes al sector agropecuario, un equipo de investigación del INTA se enfoca en estudiar cómo continuar produciendo frutas de calidad –tanto en el semiárido centro-oeste argentino y en los valles irrigados de la Norpatagonia– con la menor cantidad de agua posible, sin resignar producción y calidad.
Para eso, es necesario entender el rol del agua y los mecanismos que utilizan las plantas para reconfigurarse –frente a la falta o el exceso– y seguir produciendo frutos. Y a eso mismo se dedica Pierluigi Pierantozzi –especialista en ecofisiología de frutos oleaginosos, principalmente olivos, del INTA San Juan– quien explicó que “el agua es un elemento esencial para la producción de frutas debido a que proporciona un medio para la absorción y el transporte de nutrientes a los tejidos. Además, el agua también mantiene la temperatura de la planta, evitando que los órganos se sobrecalienten, ayuda a regular la cantidad de oxígeno disponible en la planta, mantiene la turgencia de los tejidos, permite el crecimiento e interviene en numerosos procesos metabólicos fundamentales, como la fotosíntesis, reduciendo el estrés de la planta y evitando el daño por sequía”.
El clima siempre fue un factor de riesgo para la producción agrícola y, en este contexto, la contingencia por la escasez en las precipitaciones –que acumulan tres años consecutivos– se ve incrementada. En este punto, la clave para el sector estará en implementar las prácticas necesarias para adaptarse y no quedar en el intento. Por esto, Pierantozzi y su equipo, desde hace quince años, se dedican a estudiar cómo ahorrar una cantidad considerable de agua de riego sin afectar la productividad de los olivos y la calidad de su aceite.
“En las regiones áridas y semiáridas de Argentina, donde se encuentran las principales áreas productoras de aceitunas, la evapotranspiración es alta y las precipitaciones son mínimas, además de estar concentradas en el periodo estival. Contrariamente a lo que sucede en la región mediterránea donde en el periodo de invierno y primavera no es necesario el riego a causa de las lluvias invernales”, señaló Pierantozzi.